Escrito por Clara Mendoza, investigadora predoutoral de Bioquímica Marina (colab.: Jaime Amaro Blanco).

[Artículo de la iniciativa Linternas de la Ciencia, producido por el IIM-CSIC y publicado hoy en el Faro de Vigo]

La naturaleza se escribe con Matemáticas. Reconocer la belleza detrás de las fórmulas, números y ecuaciones que caracterizan este campo de la ciencia es una tarea difícil para muchas y muchos de nosotros; y más cuando la complejidad va más allá de los números y operaciones más comunes. En la mayoría de las ocasiones, este campo de la investigación sale a la palestra solo cuando consigue aplicarse: un nuevo descubrimiento astronómico, un nuevo modelo ecológico... Sin embargo, ya en los años 50, una matemática coruñesa buscaba la belleza de esta ciencia en los rincones más abstractos y alejados de la aplicación práctica. Tras su lucha por desvelar los secretos del álgebra, esta mujer es hoy considerada un referente a nivel internacional, más fue olvidada por su propio país hasta hace tan sólo veinte años. María Josefa Wonenburger Planells, nada en Montrove (Oleiros) en 1927, entendía el estudio de las matemáticas como una actividad de la mente. A pesar de la situación política de la época, fue de las pocas afortunadas que pudo disfrutar de una educación completa. Así, cuando finalizó sus estudios de Bachillerato en 1944, quiso comenzar la carrera superior en Matemáticas. Esta decisión era poco habitual en la sociedad de la dictadura. Aunque la ley permitía a las mujeres estudiar, muchas apartaban esta idea por miedo al rechazo social y familiar que enfrentaban a causa de los roles sociales que se les imponían. La mujer no debía estudiar y, de hacerlo, debían ser carreras relacionadas con los cuidados, como Magisterio. La oleiresa tuvo el privilegio de poder vencer esta imposición no escrita con el apoyo de su familia y, de este modo, se trasladó a la Universidad Central de Madrid. En esta etapa en la que la mayoría aplastante de personas que la rodeaban eran hombres, María destacó siempre entre sus compañeros. Así pues, en 1953, con la Licenciatura en Matemáticas finalizada, son sus propios profesores quien le aconsejan probar suerte en otro país, para continuar con su carrera profesional en la investigación. Con su consejo en mente, María alcanzó uno de los numerosos hitos de su vida, siendo la primera mujer en conseguir una Bolsa Fullbright, en la primera convocatoria hecha en España. Este hecho le permitió dar el salto al otro lado del Atlántico, a la Universidad de Yale, y completar su tesis titulada “On the Group of Similitudes and its Projective Group” (1957). La línea de investigación que comenzaba a desarrollar giraría alrededor de la Teoría de Grupos, el álgebra de Clifford y, unos años más tarde, las álgebras de Lie; conceptos cuya explicación abarcaría todo este periódico y que nos transportarían, cuando menos, la aquellas clases de instituto, montones de matrices y vectores, que muchas y muchos me los sufría para descifrar. Por desgracia, ser mujer, emigrar y doctorarse en otro idioma, pareció no ser bastante para el Estado español quien no reconocería su trabajo, en teoría, por estar hecho en el extranjero. Siempre centrada en su pasión por el estudio, a ya doctora decidió hacer lo que mejor sabía y sacó adelante un segundo doctorado, esta vez en el Instituto Matemático Jorge Juan del CSIC. Para sorpresa de la científica, su trabajo volvió a ser rechazado, esta vez “por problemas burocráticos”. María seguía sin ser doctora a ojos de su país. La poca perspectiva de futuro en la investigación española no paró la carrera de María y, gracias a su prestigio internacional, consiguió una bolsa posdoutoral en la Queen University del Canadá. Se trasladó después a la Universidad de Toronto donde, siendo la única profesora en el Departamento de Matemáticas, dirigió a su primero estudiante de doctorado, Robert Moody, quien sorprendió a la investigadora por pedirle expresamente ser su tutora, ignorando el hecho de ella ser mujer e inmigrante. La tesis de Moody fue otro de los ratos más sonados de la vida de la coruñesa. Este trabajo introdujo nuevas álgebras muy relevantes en los años setenta, dando lugar a avances científicos que continúan a día de hoy. Además, sentaron las bases de la Teoría de Kac-Moody, esencial para la mecánica cuántica y de la que “María fue madre”, en palabras del propio Moody. La carrera de María Wonenburger avanzaba imparable, llegando al puesto de catedrática en la Universidad de Indiana (EUA) en 1967. Desafortunadamente, su madre cae enferma y la científica vuelve a su tierra para cuidarla. La vuelta a la casa finalizaba, de pronto, con su trabajo académico y sumía su figura en el olvido para gran parte de la sociedad. Con todo, su pasión por las matemáticas seguía latiendo. No fue hasta el 2002 cuando dos mujeres catedráticas de la Universida de la Coruña (UDC), María José Souto Salorio y Ana Dorotea Tarrío Tobar, iniciaron un largo proceso de pesquisa para, en 2006, dar luz a la figura de María entre lo gran público de su tierra. Todo tras asistir a un congreso a lo que nuestra protagonista no había sido invitada. Así, comenzaron a llegar los reconocimientos nacionales para esta extraordinaria matemática con casi 80 años: Socia de Honra de la Real Sociedad de Matemática Española, primera científica Doctora Honoris Causa por la UDC y protagonista, con su nombre, de los Premios María Wonenburger de la Xunta de Galicia. Vista desde lo presente, la vida de la doble doctora es buen ejemplo de la prueba de obstáculos que es trabajar en ciencia en España. Mientras que varias universidades americanas luchaban por tenerla en sus departamentos, en España no reconocían su trabajo. Mientras en el continente americano disfrutaba de puestos de calidad, aquí tenía que pasar una oposición para obtener una plaza con peores condiciones, menos medios y peor salario. Y al otro lado de eso, la burocracia y trámites administrativos hicieron imposible que le habían homologado ninguno de los dos doctorados que consiguió. Todos estos problemas continúan hoy en día. No son, a lo mejor, igual de intensos, pero siguen ahogando muchas veces las vocaciones y carreras de las mujeres que trabajamos en ciencia; a apagar la ilusión de muchas de nosotros que, día a día, lidiamos con el abafante reto de querer desarrollar nuestra vida personal junto a una carrera profesional no precaria en este país. Ser científico es difícil, pero aún lo es más ser científica. La merma de la presencia femenina conforme subimos en la jerarquía académica, el ‘efecto tijera’, es una realidad cada vez más alarmante. De hecho, todavía en el inicio de la etapa investigadora, donde tradicionalmente existía un cierto equilibrio de género, podría estar habiendo retrocesos. En el CSIC, el porcentaje de contratadas predoctorales (50,4%) es la más baja de los últimos 17 años, según el Informe Mujeres Investigadoras de la Comisión de Mujeres y Ciencia (2022). La tendencia es preocupante. Hay varias razones que se usan para explicar este fenómeno: la falta de referentes femeninos en ciencia, la dificultad para la conciliación familiar, la carga de los cuidados impuesta tradicionalmente a las mujeres o, incluso, la lacra del acoso sexual y laboral. Con todo, se queremos una ciencia justa, resiliente y de calidad, la conclusión es clara: precisamos que las mujeres tengan la libertad de decidir sin restricciones, de poder hacer ciencia en igualdad e independientemente de su género. Paliar la hendidura existente en este campo es imprescindible para poder retener el talento femenino, conseguir un futuro igualitario y suficientes oportunidades para que las mujeres, como fue María Wonenburger y como somos muchas, podamos aportar nuestro máximo potencial a la sociedad.

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